FORMOSA
Manuel nació en Buenos Aires. Su mamá tenía preparado el bolso tres meses antes de su fecha probable de parto en una clínica de Barrio Norte. Jorge nació en Formosa. Su mamá llegó al hospital al filo de las contracciones y la subieron a una camilla donde las mamás se multiplicaban. Las desigualdades también. Manuel y Jorge nacieron en Argentina. Pero Jorge tiene tres veces más riesgo de morir antes de cumplir los cinco años que Manuel.
La mortalidad infantil en Argentina tiene un promedio de 13,3 –según cifras del 2007– fallecimientos cada 100.000 nacimientos. Pero, el mayor problema, es la inequidad. Mientras en Capital la tasa es de 8,4 (similar a países de Europa del Este como Polonia con una tasa de 6 o apenas por encima de Canadá con un promedio de mortalidad infantil de 5), en Formosa hay indicadores de 22,9 bebés o niños/as muertos cada 100.000 nacidos vivos.
Es un alerta, es un indicador sanitario similar al de Cabo Verde, en Africa, o al Territorio Palestino Ocupado (con una tasa de mortalidad infantil de 24) e igual a la de Samoa y Belice (22) y más alta que la de El Salvador (21), todos países con un Indice de Desarrollo Humano muy inferior al promedio nacional.
Por ejemplo, Argentina está en el puesto 38º de los pueblos con mejor calidad de vida, según Naciones Unidas, y Cabo Verde en el lugar 102º del ranking de acceso a la salud, un buen ingreso y educación. Y, en términos casi futbolísticos, nuestro país en la primera A de las naciones con desarrollo humano y el país africano en la B. Sin embargo, Argentina no es un país, sino muchos. Y Formosa está en el banco de espera de la equidad.
“Las chances de un formoseño de morir al año son tres veces mayores que las de un chico de la Ciudad de Buenos Aires”, acentúa el economista Daniel Maceira, Director del Area de Economía de la Salud del Centro de Implementació
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